
Hay días y días malditos, y hace un buen rato se me están haciendo comunes. Probablemente es culpa de la calidad de vida de mi familia, que llega con ganas de patearme, o tal vez es por la sobrecarga emocional y de trabajo que tengo encima. Porque ahora además de los guiriguiris que hacen lo que quieren en la cocina, la tarada de la Leona (la otra perra) aprendió a entrar a mi territorio moviendo la pata para sacar el pestillo de la reja divisoria, y además nadie está nunca en la casa porque todos tienen miles de cosas que hacer...
Días en los que hasta el problema más tarado se vuelve una mosca que te entra al oído. ¿Y qué hacer? Ya lo dije antes... saltar, pero si te cansas simplemente no hagas nada. Quédate así, tal cual, como las chiripiorcas del Chavo. No hagas nada porque lo empeorarás más... ¿que quieres controlar las cosas para que de una vez por todas salgan como tú quieres que salgan? Ni lo intentes, hay veces en las que hasta abrir una lata de atún es imposible (para mi siempre lo es).
Déjate de taradeces proactivas y entrégate a la apatía de la vida del despreocupado... ráscate el ombligo (si tienes... o una pata en su defecto) y pon tu estómago en dirección al techo. Y congela tu mente. Si te aburres no importa, deja tu mente en blanco y no hagas nada más por solucionar nada. Seguro más de alguien te lo agradecerá... y los que no lo hagan al menos dejarán de molestar gracias a tu inexistencia en el plano activo.
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